De la demolición a la sana crítica para la construcción anarquista. La clase: una reflexión de tantas.

Aurora Maymón

El otro día me llegó una imagen por redes que rezaba una frase de Colin Ward: “no me fío de lxs anarquistas que pasan su tiempo demoliendo la posición de otra facción anarquista”. Sin duda, creo que tiene razón. Es indudable que en el anarquismo hay muy diversas posiciones y maneras de actuar y enfrentar los problemas sociales, políticos y económicos. La diversidad en las perspectivas y el libre encuentro y confrontación de ideas, sentires y visiones es, para mí, uno de los aspectos más interesantes en el anarquismo y una de nuestras bases organizativas. Por eso, incluso en la toma de acuerdos en asamblea, evitamos los electoralismos y anteponemos el debate y la confrontación de formas de ver las cosas para intentar llegar a una solución común. Y que para tirar por tierra el trabajo de compañerxs que invierten su tiempo-vida en aras del horizonte libertario de una sociedad libre de jerarquías, mejor es mantener la boca cerrada. La frase en sí misma es evidente.

Sin embargo, sigo con mi manía de reflexionar y cuestionar todo aquello que me llega. Creo que no es lo mismo demoler la posición de una facción anarquista, que la sana y necesaria crítica a las maneras de accionar de una facción anarquista. En este texto, que podría ser mucho más extenso, quiero reflexionar, con una pizca de experiencia propia, sobre la ruptura de algunos sectores anarquistas con las raíces históricas de nuestras luchas, sobre la diferencia entre no priorizar una lucha y negar una lucha, y sobre el problema de banalizar las organizaciones y luchas anarquistas y sociales hasta despojarlas del importante elemento de la necesidad que nos lleva a organizarnos.

En estos tiempos inciertos la reflexión se torna muy importante para poder caminar con firmeza en las luchas de hoy. Sobre todo, pienso yo, porque a lo largo de la historia y hasta nuestros días, el poder organizado en torno al Estado y a las estructuras capitalistas, coloniales y patriarcales se ha ido complejizando y perfeccionando, de manera que resulta muy difícil vislumbrar los sujetos de las luchas, y las maneras y estrategias para hacer frente al poder. El poder organizado ha sabido revestir de terciopelo las cadenas que le permiten existir. La democracia, el Estado de Bienestar, las leyes del Estado de Derecho que nos brindan convenios laborales, artículos y documentos que protegen a lxs trabajadorxs de lxs patrones, así como “derechos” para inmigrantes, mujeres y cuerpos disidentes, nuestra posibilidad de participar en el gobierno y vernos representadxs en él… Todo ello ha sido la mayor estrategia articulada para que el pueblo, la clase trabajadora y toda la masa de oprimidxs de nuestras sociedades, abracen a la resignación y encuentren en los gobiernos, los Estados y sus instituciones, la solución a los problemas de la desigualdad, la violencia y la miseria a la que son sometidxs.

El Estado dice protegernos frente a la patronal, frente a la violencia machista y frente al racismo, pero no los hace desaparecer -si así fuera estaría cavando su propia tumba- sino que nos obliga a convivir con ellos y nos lanza desde arriba algunos textos legislativos que nos hacen pensar que las cosas son así y que al menos nos vemos representadxs, que al menos nos han tenido en cuenta. Así es como se acalla la voz de lxs oprimidxs y como se desactivan y neutralizan las luchas emancipatorias. Así es como protestas que se articulan en un principio desde la auto-organización, el asamblearismo y la acción directa, acaban reconducidas hacia la mera reclamación de procesos constituyentes, la creación de nuevas leyes, la dimisión del gobernante de turno, o referéndums para decidir si queremos un monarca o un Jefe de Estado.

Tres cuartos de lo mismo con la educación pública y la escolarización obligatoria, que suponen el arma de doble filo de que lxs niñxs tengan en muchas ocasiones un mínimo acceso a espacios de cultura, conocimiento y socialización y el escape de realidades dantescas en el seno de sus familias, pero que a la vez supone la herramienta básica para que, en primera instancia, no germinen proyectos educativos en los márgenes del estado y, por otro lado, para incrustar ideas nacionales, patrióticas, democráticas, liberales, capitalistas, ciudadanistas, partidistas y conservadoras, en fin, del viejo orden de siempre, el de un estado de las cosas que solo puede funcionar con gobernantes y gobernadxs.

La Academia, por su parte, es la que, siendo considerada el baluarte de la ciencia y el conocimiento, apuntala los discursos del poder mediante maneras de funcionar que van desde el elitismo, el partidismo y los derechos de autor hasta la meritocracia, el negocio y la invalidación o rechazo de análisis y discursos que problematizan y buscan solución a la mugre estructural de hoy. He aquí el motivo por el que creo que lxs anarquistas y sus análisis escasean en las universidades en detrimento de lxs marxistas. Así, los discursos oficiales de cualquier ciencia social o natural suelen apuntar a que los de hoy son tiempos nuevos, que la clase trabajadora ya no existe, sino que solo existen “errores del sistema” que deben ser solventados mediante el progreso, el raciocinio y la fe en la democracia. Que de nada sirve la radicalidad y que más que protestar en la calle debemos defender nuestras ideas en las urnas. Que el feminismo es bonito y que, faltando en la ecuación el anticapitalismo, el antiestatismo, el antinacionalismo y el anticolonialismo, hay que poner la vida en el centro.

Por la parte que me toca como supuesta historiadora (soy camarera), tengo que decir que los estudios históricos oficiales suelen reforzar este orden de las cosas. Que parece como si en los procesos políticos y sociales de las sociedades humanas hubiese sucedido una ruptura (y esta palabra es importante) entre el pasado y el ahora, como si nuestra sociedad actual no fuera hija de la pasada, y por eso se dice que hoy no podemos hablar de clase trabajadora, porque entonces caeríamos en la imprudencia del anacronismo en los análisis actuales. Que no hablamos de feminismo, sino que mejor de «lucha por la igualdad» (tornándose la igualdad un término vacío), y tampoco de patriarcado sino de «desigualdad» y «discriminación por razón de sexo» (que no de género, já). Que no hablemos de capitalismo, sino de «diferencias y desigualdades sociales»  Y, por supuesto, a años luz de incorporar los análisis y discursos anticoloniales y antirracistas.

Al hilo de esta “ruptura” creo que gracias a todos estos discursos, una buena parte del anarquismo reniega hoy de la lucha de clases como un foco fundamental para las luchas libertarias y antiautoritarias. Se repite que la clase trabajadora no existe ya. Se confunde no priorizar la cuestión de la clase sobre el resto formas de poder, con la pura negación de la cuestión de la clase. Eso ha llevado a algunxs anarquistas a rechazar de una manera sutil y podría decir que inconsciente, a lxs trabajadorxs y no al trabajo asalariado. Aquí, en mi opinión, reside uno de los motivos por los que, sumado a los demás expuestos, ciertos sectores anarquistas reniegan hoy del anarcosindicalismo y de su potencial transformador y organizativo.

Así, pongo mi experiencia personal, que es una experiencia política, para alentar la reflexión. Una persona, que es anarquista, me decía el pasado 8 de Marzo que no estaba de acuerdo con que se reivindicase esa fecha histórica como el día de la Mujer Trabajadora, sino que veía más oportuno que fuera el día de la Mujer, en general. Ello me hizo pensar que esta persona, que plasmo aquí como la personificación de lo que se piensa en algunos sectores anarquistas, no solo renunciaba a unas raíces históricas de lucha de las mujeres obreras de antaño (reforzando así la idea de ruptura con el pasado antes descrita) y al hecho de que las mujeres (cís, más concretamente) han sido y son trabajadoras aunque no reciban un salario por las tareas domésticas, de cuidados y de crianza que se tornan fundamentales para el funcionamiento del capitalismo, sino que también cedía, simbólicamente, espacios de lucha y emancipación conquistados por y desde las masas de mujeres trabajadoras y oprimidas, a las mujeres opresoras, gobernantes, capitalistas, racistas, explotadoras y patriarcales, como si fueran nuestras iguales, nuestras compañeras. Las defenderé en las opresiones que sufren por su condición de mujeres porque yo también las sufro, pero eso no significa que sean mis compañeras, que valide sus ideas y posiciones en el mundo y, por supuesto, no significa que tenga que asumirlas como mis iguales. Para mí, el feminismo en sí mismo no es nada y tampoco el concepto de la sororidad, si los desligamos del resto de formas de poder que nos atraviesan, como las clasistas o las coloniales. Lo mismo puede suceder con la fecha histórica del Primero de Mayo, cuyas raíces históricas de lucha obrera y la consecución de la jornada laboral de 8 horas, que conllevó el encarcelamiento y el asesinato de los anarquistas de Chicago, han quedado diluidas por las instituciones, el Estado y sus asociaciones, partidos y sindicatos subvencionados, convirtiéndose esta fecha de memoria en una pantomima.

Igual esta persona, que encarna lo que piensan muchxs anarquistas, me comentaba con un poco de desprecio que había demasiadas consigas sobre la clase trabajadora en una concentración a la que asistió, en solidaridad con la represión de los pasados días hacia quienes protestaron en el barrio obrero de Vallecas (Madrid). Es importante no olvidar las raíces obreras del barrio y tampoco la clase social a la que pertenecen la mayoría de sus habitantes hoy día. Porque precisamente el clasismo, el racismo y la colonialidad son los baremos por los que el gobierno de Madrid se guió para establecer el confinamiento selectivo por barrios. No podemos olvidar ni ignorar la cuestión de la clase. No podemos ceder al poder espacios recuperados tras años de lucha, represión y muerte. La renuncia a la noción de la clase y sus luchas y realidades supone el despojo de unos problemas esenciales de los pueblos y las gentes oprimidas antes y ahora.

Para acabar de problematizar mi experiencia y mi crítica, que no demolición, quiero compartir el sentimiento de desconfianza y de nula identificación que me surge hacia algunxs compañerxs anarquistas que tienen todo el tiempo del mundo para asistir a cada evento político y cultural y poder decir que están activxs en la lucha, a la vez que me encuentro por su parte, caras de resignación y silencios incómodos cuando pasan lista y algunxs no hemos estado porque estábamos en el trabajo, o cuando por esa razón o simplemente el necesario descanso, no podemos asistir a agradables quedadas para cenar, conversar y reír. “¡Qué perdida andas, tía!” ¿Perdida? jé. Para la mayoría de las personas el trabajo asalariado no nos es una opción. Y ese tipo de pensamiento es el que critico, y pienso que esos análisis y rechazos a las luchas de las clases trabajadoras, ignoran y reniegan de una lucha real que es mi lucha y la de muchxs compañerxs, a la vez que se puede no ver tan mal los pactos con el poder para que la lucha sea de masas o para que se cumplan ciertos objetivos.

En definitiva, creo que no hay que demoler las posturas y trabajo de otrxs anarquistas, pero la crítica en el seno de nuestras organizaciones debe ser constante, así como la lectura y el análisis de nuestras luchas en el contexto de nuestras realidades personales, sociales, temporales y territoriales. Que la verdadera demolición se produce cuando se niegan realidades de explotación y opresión y se desprecia a los sujetos de esas luchas. Y esto sucede de una forma muy descarada, igualmente, con las luchas antirracistas que quedan genial para la performance, los carteles o las meras consignas, pero que luego están realmente dejadas de lado y se ven mermadas por el paternalismo que caracteriza a las luchas en Occidente con respecto a las luchas que se articulan en territorios colonizados. Que es peligroso entender y participar de las luchas libertarias como si fueran una actividad de ocio y tiempo libre cual sesión de yoga o cual afición al teatro. Que el hecho de que nos organicemos en los márgenes de tiempo que nos dejan el trabajo y el ritmo productivista de la sociedad, no significa que sea una actividad cualquiera ni una afición. Que las luchas anarquistas y el conjunto de luchas sociales surgen de la necesidad personal y colectiva de desprendernos del poder y la jerarquía de toda naturaleza para construir maneras más libres y justas de vivir. Que no podemos ceder ante las estrategias del poder para que la rueda gire como siempre. Que necesitamos de la crítica y la reflexión, que no vale o no debería valernos todo lo que se cuelga la estampita de anarquista o revolucionario o porque reluzca una estética incendiaria.

Se torna urgente, urgentísimo, que leamos nuestro tiempo y nuestro terruño, así como que conozcamos, reflexionemos y asumamos las lecturas de lxs compañerxs de otros territorios y las apoyemos y defendamos. Que luchemos en consecuencia y sobre el suelo que pisamos, sin perder de vista el horizonte de los modelos de vida que queremos construir. La necesidad es real y está aquí. No la banalicemos más como hace el poder organizado que nos quiere tan acríticxs y distraídxs. No prioricemos luchas, no prioricemos unas formas de poder sobre otras. Que a nosotrxs como individuos no nos atraviese una lanza de poder concreta no significa que ese poder no atraviese a otrxs. Que conviene recordar que no seremos libres hasta que no sean libres todxs.