Anarcofeminismo para el 8 de marzo

Aurora Maymón
Que no se me confundan estas palabras que voy a decir. No sé si será porque este año mis ánimos y mi estado emocional son una montaña rusa dada la actual situación y por eso le doy más vueltas. Ciertamente llevo ya varios años con este runrun. Pero este año el tema del 8M me intensifica este sentimiento raro, porque es una fecha que ha sido completamente moldeada para blancas y burguesas.

Imagino que no faltará mucho para que culmine el proceso de absorción de esta fecha de lucha por parte de las institiciones y el Estado y se decrete como día festivo a nivel nacional e internacional, como de hecho ya sucede con el Primero de Mayo. Esa será la siguiente reclamación del feminismo institucional. El primer paso fue cuando ya en 1977 se arrebató a esta fecha histórica su componente de clase al suprimir lo de trabajadora y declararlo como «Día Internacional de la Mujer». El Primero de Mayo, por su parte, institucionalmente se llama «Día del Trabajo» y se ha convertido en una fiesta primaveral y parece que ya casi se ha olvidado cuáles son sus raíces y quiénes murieron y fueron castigadxs por el Estado. Hoy parece que incluso en los círculos más críticos y combativos, molestan las consignas y reivindicaciones de clase. Como en la peli de los Monty Python: «oh, ya estamos con lo de las clases…».
El despojo de toda una memoria de lucha por parte de la institución está siendo completamente exitoso e incluso en ambas fechas se ha conseguido banalizar la huelga y vaciarla de significado. De hecho, es tan decadente que el año pasado el 8M cayó en domingo y las burguesas no vieron necesidad de convocar huelga alguna porque ellas no trabajan en domingo. Y se habla mucho de huelga y también de cuidados y de no consumir, pero cuando no he tenido más narices que currar en el 8M (porque no es tan fácil), me ha tocado después servir los piscolabis de las que salían de la mani; y cuando he ido a las manis, he visto a pocas migrantes, que son las que cuidan a las criaturas y a lxs mayores de las blancas que en ese día celebran su condición de mujer «emancipada»; y que son las que quizá prefieren que no se les vea demasiado en una jornada de lucha ante la posibilidad de perder los papeles o de que su proceso de regularización acabe en rechazo. Incluso hoy, todavía, se disputa y se pone en duda que la ocupación feminista de la calle sea también de las trabajadoras sexuales y de la peña trans, y entonces las marchas se dividen y surgen varias convocatorias simultáneas.
Sabemos quiénes son las que niegan el espacio a otras compañeras oprimidas al tiempo que lo comparten alegremente con sus explotadoras, es decir, con mujeres políticas, empresarias, partidos y sindicatos entregados al poder. Parece que en esta fecha el frenesí de una ilusión de lucha nos embriaga y nos dejamos engatusar por proclamas manidas y vacías, amables, que nos contenten a todas, porque todas somos mujeres aunque aquella haga chanchullos con el contrato de mi compañera para robarle su fuerza de trabajo y un pedazo de su tiempo y de su cuerpo.
Y entonces el silencio se hace en la marcha cuando un par de locas con una bandera negra y morada gritan que patriarcado, Estado y capital son una alianza criminal. Prefieren el ruido ocioso de la batukada porque los tambores silencian la evidencia de que la unidad interclasista de «las mujeres» no es posible y tampoco se pretende.
Me resisto a ceder un ápice de espacio a las poderosas, aunque de momento han conquistado demasiado terreno. En estas señaladas fechas, y no solo la del 8M, lo numerosa que sea la marcha no es proporcional al nivel de combatividad ni al de reflexión ni al de apoyo mutuo.