El fetiche del sufragio femenino.

Introducción de nuestro fanzine El sufragio femenino por Emma Goldman

Por Aurora Maymón.

 

El derecho de voto o la equiparación de los derechos civiles pueden ser buenas exigencias, pero la verdadera emancipación no surgirá de las urnas de votación ni de los juzgados. Surgirá del alma de la mujer.

-Emma Goldman.

 

Escena de la película Mery Poppins, donde la madre de la familia burguesa es una sufragista empedernida y anima a sus sirvientas a unirse a sus alegres cánticos y a la causa del voto femenino.

 

El sufragismo. Como lo llamó Emma Goldman, el gran fetiche de las mujeres. Fetiche, como lo es ahora el deseo de las mujeres de verse «representadas» en los gobiernos de los estados, que disfrazados de políticas de igualdad, perpetúan los grandes sistemas de poder patriarcal y capitalista. Fetiche, hasta el punto de que la historiografía caracterizó y sigue caracterizando toda una época de lucha de las mujeres por su emancipación (lo que denominan Primera Ola) con este hecho.

Inglaterra no instauró el voto de las mujeres movida por un deseo de igualdad y justicia sino por cuestiones estratégicas y políticas, ya que el movimiento sufragista apoyó al gobierno inglés durante la Gran Guerra (el mismo que las encarcelaba y torturaba años antes cuando salían a la calle) «a cambio» de la posterior instauración del sufragio.

Curioso fetiche el voto femenino, ya que el movimiento que por él luchaba era encabezado por mujeres de clases más bien altas (salvo alguna rara excepción) que tuvieron el tiempo libre y el dinero para reivindicar la posibilidad de ser tan opresoras como los hombres de gobierno y ser reconocidas por ello. Las tareas domésticas y cuidado de lxs hijxs, ese eslabón capitalista siempre silenciado y siempre reservado a las mujeres como una maldición, las realizaban en las casas de las sufragistas las sirvientas y niñeras, mujeres asalariadas por el capital y el patriarcado que sentían el peso y la responsabilidad de ser como madres de niñxs que no eran de ellas y amas de casas que no eran suyas, a cambio de un salario o una manutención. Su tiempo, robado por quienes se creían en el derecho para ello.

Mientras las mujeres ricas querían votar, sin cuestionar ni atacar realmente las raíces de sus opresiones ni las del resto de mujeres (pues cuando llegaban a casa de las manis seguían obedeciendo, incluso, las órdenes de los maridos y de su dios porque así debía ser), las olvidadas de las periferias se organizaban y hablaban de trabajo, de capital, de maridos y de gobiernos como elementos perpetuadores de sus opresiones como mujeres y como personas. Y reivindicaron y consiguieron cuestiones que no pudieron ser conseguidas mediante las urnas, sino mediante las acciones directas, la organización sindical y la realización de huelgas y todo un trabajo de fondo que consistía en una sororidad y un compañerismo puro entre hermanas de clase.
A su vez, el sufragismo consiguió ser una lucha interclasista y por eso jamás llegaría ni llegará a lograr una real emancipación de la mujer, como el antifascismo interclasista jamás acabará con las opresiones capitalistas que precisamente son el caldo de cultivo para los fascismos.

Quisiera puntualizar, finalmente, que la participación de las mujeres en política y en el resto de espacios reservados entonces para los hombres, era fundamental entonces y lo sigue siendo ahora. No obstante, no debemos creer que eso es sinónimo de sufragismo y sinónimo de participación en gobiernos, ya sea ocupando asiento o votando. De hecho, las mujeres excluídas de la historia y de su propio movimiento emancipador (las obreras, migrantes, etc.), supieron demostrarlo ya en los siglos XIX y XX ajustando sus luchas y estrategias a lo que realmente eran sus necesidades. Muchas comprendieron que los gobiernos jamás las emanciparán, que tenían que ser ellas, unidas, desde sus casas, desde sus lugares de trabajo, desde las iglesias y desde las malditas fronteras. Y fueron repudiadas una y otra vez de los espacios de lucha desde abajo. E irrumpieron y volvieron a irrumpir y pelearon una y otra vez en los espacios.

Que me parta un rayo si eso no es irrupción de la mujer en la política y en los espacios masculinos.

Pero eso nunca se dice. Ya es el momento de reescribir la historia y ya es el momento de abandonar los fetiches que lo único que han hecho ha sido adaptar nuestros yugos a cada momento histórico.

¡Que viva el feminismo contra el estado, el capital y el patriarcado!