Puta, compañera. Un aporte anarquista y anarcofeminista sobre la prostitución

Por Aurora Maymón

Ilustración de Dita A. Dezsvi

Este texto es una disertación en torno a la problemática de la prostitución, y se vertebra a partir del texto “¿Son trabajadoras las prostitutas?” de Fidel Manrique Garrido, publicado en el N.º 196, de marzo de 2020, de la revista cultural de ideas ácratas ORTO.

En respuesta a la pregunta que da título al artículo, si ellas dicen que sí es un trabajo es que sí. No obstante, esta respuesta puede y debe ser argumentada, en un contexto en el que o no se escucha a las prostitutas o, aun escuchándolas, siguen sin focalizarse los análisis teniendo en cuenta lo que ellas necesitan, sino lo que algunxs creen que necesitan.

El autor del texto comienza realizando un análisis histórico que se remonta a la Prehistoria para señalar el carácter esclavista y evidentemente patriarcal de la prostitución. En primer lugar, el autor se aventura de una forma muy valiente y no referenciada, a señalar que en el Neolítico mujeres y niñas eran esclavizadas con fines sexuales. Digo que es peligrosa esa afirmación porque en el Neolítico no existía la escritura y por tanto no han llegado a nuestras manos textos escritos que hagan referencia a ello. Tampoco las pruebas arqueológicas y antropológicas pueden evidenciar tal premisa. Por tanto, se hace esa afirmación ¿en base a qué?

En cualquier caso, un análisis histórico de la prostitución tan solo nos puede servir para demostrar los cimientos patriarcales sobre los que se asientan las relaciones humanas e, inmersa en estos contextos, la práctica de la prostitución. Es peligroso manejar discursos y hechos históricos sin un distanciamiento de nuestras perspectivas y valores respecto a las de cualquier época histórica. Considero, por tanto, un tanto innecesario remontarse a tiempos tan remotos para argumentar y justificar una postura abolicionista en la actualidad.

Remontándonos, esta vez, a la Historia Contemporánea, donde la situación de la prostitución era bien diferente al contexto actual, observamos cómo los gobiernos, incluidos los supuestamente progresistas como el de la Segunda República Española, criminalizaban y criminalizan la prostitución desde una postura manifiestamente abolicionista. La persiguen, de este modo, desde la superioridad moral y autoritaria que no vela por la protección y el bienestar de las putas, sino por el mantenimiento del orden público y la salvaguarda de los valores burgueses, construidos sobre los cimientos morales cristianos, siempre perseguidores y controladores del cuerpo y la sexualidad de las mujeres.

Por otro lado, queda claro que en este texto y en los argumentos de muchas personas, sigue sin diferenciarse entre trata y prostitución, y el autor del texto menciona, una y otra vez, casos aberrantes de trata en España y en todo el mundo, y los identifica como prostitución. Todxs aquellxs que luchamos por la dignidad y la libertad, incluidas las putas, consideramos la trata como una evidente práctica esclavista y un cáncer social, patriarcal y capitalista que hay que combatir y eliminar. Centrándose este texto en la prostitución, pues, no voy a dedicar a la trata más palabras que las que lanzo a continuación: la trata no solo sucede en el plano del negocio sexual, sino que también acontece en muchísimos aspectos y planos de este orden capitalista y jerárquico. Uno de los negocios donde más altas son las tasas de trata en el mundo es la industria textil. Por otro lado, diversos regímenes políticos en la historia, tanto fascistas como “socialistas”, han levantado campos de concentración y de trabajo, y se han lucrado con el trabajo forzado no remunerado de presxs y reclusxs a quienes consideraron una “raza inferior” o a quienes consideraban “contrarrevolucionarios” por su identidad y por su orientación sexual, por su profesión, o por cuestiones de discrepancias políticas. No hace falta irse muy lejos, pues en las cárceles del Estado español, lxs presxs deben realizar trabajos no remunerados, en el contexto de sus condenas y su privación de libertad.

La prostitución es diferente pues, al contrario que la trata, implica un grado de voluntariedad por parte de quienes lo ejercen.

“¿Consideras voluntario -me diréis algunxs- que una persona venda su cuerpo para poder comer, siendo otra la dedicación y la vida que le gustaría haber escogido?”. Bien, compañerxs, conceptualicemos y relativicemos la “voluntariedad”. Y voy a comenzar a hacerlo presentando la experiencia de dos putas:

La primera de ellas es amiga y compañera de militancia anarquista y feminista, y antes de dedicarse al trabajo sexual, lo hizo en numerosos bares y en el campo. Como veis, no se trata precisamente de una puta de lujo, como muchxs argumentáis respecto al tema de la voluntariedad. Cuando nos comunicó que había decidido hacerse trabajadora sexual nos dijo que estaba harta de trabajar en empleos con condiciones y remuneraciones miserables, y que siendo puta no le iba tan mal, pese a que era un trabajo duro en todos los niveles. La compañera se cansó y sencillamente dejó de trabajar en ello.

La segunda experiencia que escuché fue en una conferencia de una trabajadora sexual. Sí. Ellas también militan y también hacen trabajo político para visibilizar y luchar contra el estigma de su profesión. Ella decía que antes de ser puta se había dedicado a trabajar en el campo con largas jornadas, salarios y condiciones que podrían rozar la esclavitud (ya que hablamos en términos de esclavitud), que le hacían malvivir sin tiempo para ver a su hija y sin dinero para poder mantenerla de forma decente. Ella misma dice, indudablemente, que el trabajo sexual al menos le permite disfrutar de tiempo con su hija y obtener mejores ingresos.

No me confundáis, compañerxs, con ello no pretendo ensalzar el trabajo sexual. Jamás me veréis ensalzar trabajo asalariado alguno. Pretendo, simplemente, desmentir el carácter esclavista y estigmatizador de la mayoría de los discursos abolicionistas, que infantilizan y victimizan a las putas. Como veis, su voluntariedad su voluntariedad puede ser la misma que la mía cuando decidí dedicarme a la hostelería, la mayor parte de las veces en condiciones irregularizadas, cuando lo que deseo realmente es dedicarme a la investigación histórica y ser profesora de historia en un instituto de secundaria. Es la misma voluntariedad que la de la compañera que trabaja de cajera, de limpiadora, de Kelly o de jornalera, aun habiendo deseado una vida y una dedicación diferentes, porque tenemos la extraña manía de querer comer todos los días. Se trata de la voluntariedad forzada que el orden capitalista, racista y patriarcal nos impone a través de los estados de cualquier índole. Si esa voluntariedad forzada la vais a definir y manejar en términos de esclavitud, entonces consideremos esclavitud todos los trabajos asalariados que nos roban el tiempo y la vida. De lo contrario, se cae en discursos falaces, hipócritas y paternalistas que refuerzan el inmovilismo, la ausencia de organización y la falsedad del bello concepto del apoyo mutuo.

Evidentemente el trabajo sexual, por su propia naturaleza, posee una carga patriarcal y sexista mayor que otros empleos, situando a quienes lo ejercen en planos de especial vulnerabilidad, de la cual ellas mismas son conscientes. Una vulnerabilidad, por cierto, auspiciada por el mismo Estado que obtiene beneficios económicos con su trabajo, al tiempo que las persigue, las criminaliza y las sitúa en la más absoluta marginalidad de lo que el propio Marx calificó con desprecio como el “Lumpen”, los bajos fondos de la clase trabajadora, la inmoralidad en la que ningún obrero u obrera de bien debería caer.

Salvando las evidentes diferencias entre el trabajo sexual y estos que voy a mencionar a continuación, me gustaría sacar a colación el carácter claramente sexista, cosificador y sexualizador que subyace tras la contratación de mujeres para diversos empleos. En la hostelería, por ejemplo, en numerosísimos locales, solo se contrata a mujeres y, a ser posible, que sean jóvenes y normativamente bellas. Pese a que la función que en nuestros contratos aparece reflejada es la de servir comidas y bebidas elaboradas a lxs clientes, ciertamente en la mayoría de las ocasiones tenemos la función de servir como reclamo para atraer a clientes varones que consumirán en el establecimiento. En muchos lugares se nos insta a ir maquilladas y a llevar ropas “sexis” que realzan y hacen visibles nuestros cuerpos pero que no resultan cómodos para desempeñar nuestro trabajo. Se nos prohíbe o se nos mira mal cuando respondemos o decidimos no servir a clientes obscenos que se creen en el derecho de cosificarnos y acosarnos. Un cliente dijo una vez a esta servidora, que por qué no había ido maquillada ese día, que la función de las camareras es ir sexis y guapas al trabajo y ser amables con los hombres para que éstos consuman más en el establecimiento. “¿Y por qué no salís de ahí?” nos diréis. Pues porque necesitamos el trabajo para comer. Ciertamente, los genitales no son nuestro instrumento de trabajo, pero nuestros cuerpos sexualizados son utilizados como tal. ¿Cómo se mide, cómo se barema y cómo se define el capital sexual que enriquece a empresarixs y al Estado? No negáis nuestra sindicación sin peros por ello ¿verdad?

No hace falta, siquiera, fijarnos en trabajos asalariados donde el componente sexualizador de las mujeres, especialmente, es evidente. Saquemos ahora, a la palestra, la cuestión del trabajo doméstico. El caso de las mujeres que trabajan como amas de casa, no asalariadas en casas ajenas, sino en sus propios hogares (el trabajo doméstico asalariado no es otra cosa que la extensión y la capitalización de las tareas del hogar). O el caso de aquellas que poseen un empleo remunerado y, en casa, se ocupan de las tareas domésticas. Ya se ha asumido en, prácticamente, todos los sectores anticapitalistas, que el trabajo doméstico es un trabajo. Bendita sea Silvia Federici. Históricamente, y aun llega a nuestros días, se consideró que, por naturaleza, las mujeres solo pueden tener presencia en los hogares, realizando las tareas domésticas, cuidando de su marido y de sus hijxs y educando a hijxs que, en caso de ser varones, serán futuros productores. El trabajo doméstico es, por tanto, un eslabón imprescindible de la cadena de producción capitalista, pues genera el descanso, el cuidado y el alimento que los varones trabajadores necesitan para seguir produciendo. Es un trabajo que hoy día no está remunerado y, sin embargo, no se niega su condición de trabajo y no se cesa en la lucha por la dignidad de las trabajadoras del hogar. ¿Por qué cuesta tanto reconocer, pues, el trabajo sexual como un trabajo?

Las personas que se dedican al trabajo sexual lo hacen con el fin de obtener ingresos para vivir, igual que cualquier currante en este mundo. Desde este momento, se trata de un trabajo. De su trabajo se nutren las arcas del Estado, que permite la existencia de clubes y locales de alterne donde el proxeneta asalaria a las putas. Esta es la prostitución que reporta beneficios directos al Estado y, curiosamente, una de las que se encuentran más plagadas de injusticias. Por eso el Estado persigue, criminaliza, multa y encarcela a las trabajadoras que ejercen en la calle, en carreteras, en polígonos y en lugares que escapan al control del Estado. Por eso en estos momentos en la ciudad de Murcia, en el Barrio de El Carmen, existe una ordenanza municipal bajo la que se amparan detenciones, multas y acoso policial a las prostitutas que allí viven y trabajan, la mayoría de ellas migrantes, incluso cuando se las pilla en la calle comprando el pan. Las multas y medidas autoritarias que emanan de los gobiernos y que parecen respaldadas por algunos sectores anarquistas, lejos de acabar con la prostitución, hacen que las trabajadoras deban sobreexplotarse para ganar más dinero y, así, poder pagar las multas y seguir viviendo. Incluso aquellas que no trabajan en burdeles con la explotación de un proxeneta que se lleva parte del dinero que ganan, reportan beneficios al Estado, ya que compran y consumen, como todxs nosotrxs, en establecimientos y empresas que pagan sus impuestos al Estado.

Todavía no he conocido ningún discurso abolicionista que se sitúe realmente del lado de las putas, pese a que dicen preocuparse y estar de parte de ellas. Al contrario, todos ellos continúan despreciándolas y marginándolas al infantilizarlas, al negarles su capacidad de expresión, al colgarles tan fácilmente la categoría de víctimas, y al boicotear sus organizaciones, marchas y acciones bajo el pretexto de que las putas y quienes las consideran sus compañeras, defienden “el lobby proxeneta”.

Ciertamente, los discursos actuales tanto abolicionistas como “pro-derechos” son discursos impostados directamente desde las lógicas de los Estados y el capital, que bareman la problemática con las únicas herramientas de las que disponen: el dinero, las cárceles y la policía, amparados por la ley.

Los discursos abolicionistas hegemónicos, tan ligados a los estados, lo son solo de la prostitución, y no defienden ni se alían con las putas: las criminalizan, las castigan y perpetúan su marginalidad y su precariedad, pues conviene recordar que estas compañeras no pueden acceder a prestaciones por desempleo (¿os imagináis ahora, en plena crisis del coronavirus?), ni a pensiones, ni a nada a lo que lxs trabajadorxs “dignxs” o “dignificadxs” tenemos acceso. Lxs anarquistas que impostan este abolicionismo y, bajo su amparo, niegan la organización de las trabajadoras sexuales en nuestros sindicatos y organismos, las boicotean y callan su voz, no son otra cosa que cómplices del pastel de miseria que el Estado reserva para ellas y para todxs nosotrxs, y no hacen otra cosa que establecer una peligrosa y jerárquica categorización de lo que es ser una buena o mala trabajadora.

Gran parte de las posturas que  abogan por la legalización de la prostitución, no defienden ni se alían con las putas, sino con los proxenetas y empresarios del sexo y con el Estado capitalista, patriarcal y racista que adopta la función de ese proxeneta al que deberíamos querer eliminar. Por ello en Alemania y otros países donde la prostitución se ha legalizado la prostitución, asistimos a casos tan lamentables y repudiables como los que de sobra conocemos e incluso el autor del texto menciona. Defender aquello es hacerse cómplice de las estrategias y entramados de poder capitalistas y patriarcales de los estados. El Estado y el proxeneta son aliados, las putas y nosotrxs deberíamos ser compañerxs.

Remitiéndome, una última vez, al escrito que se comenta en esta disertación, su autor incluye numerosísimas referencias sobre grandes anarquistas del pasado y sus posturas con respecto a la prostitución, siempre en una clara postura abolicionista. Bien, me gustaría hacer un comentario al respecto:

Me molesta que las anarquistas abolicionistas de la prostitución aquí en España, acudan a referentes históricos y se remitan a épocas pasadas cuyas situaciones eran bien diferentes de las actuales. Especialmente, me molesta que se recurra al abolicionismo de Mujeres Libres para justificar «su» verdad. Mujeres Libres emprendió una encrucijada contra la prostitución en un momento muy concreto en el que ésta prácticamente estaba fusionada con la trata, y Mujeres Libres estaba con las putas, trabajaba con ellas y las ayudaba a empoderarse, ofreciendo formación y posibilidad de buscar otros trabajos a las que querían salir de ese mundo (los famosos y aclamados liberatorios de prostitución) en un momento, repito, un tanto diferente al actual.

En cualquier caso, el abolicionismo de Mujeres Libres poco tiene que ver con el abolicionismo de ahora, bien ligado a los discursos del feminismo institucional, que da la espalda a las putas y les niega cualquier posibilidad de organizarse y tejer resistencia por ellas mismas, mediante discursos paternalistas, moralistas y fundamentados desde el argumentario de académicas y muchas marxistas que poco contacto han tenido con las trabajadoras sexuales pero sí con números y datos abstractos que en pocas ocasiones reflejan la realidad porque se mezclan y se difuminan.

Por otro lado, hubo también anarquistas que consideraron a las putas como sus compañeras, y que pensaron que también ellas debían organizarse para liberarse de sus cadenas y conquistar la libertad. Este es el caso de la anarquista francesa Louise Michel.

Finalmente, parece que a algunas personas les quedan mejor sus discursos abolicionistas si citan a grandes anarquistas como Kropotkin, Emma Goldman, Federica Montseny o Mujeres Libres, teorizando sobre qué era mejor para las prostitutas o sobre qué era lo que necesitaban. Bien, voy a remontarme a la Barcelona de agosto de 1936. Un grupo de prostitutas se presentaron ante el Comité de Justicia, de la CNT, y presentaron su caso: la ama de la casa donde trabajaban, se llevaba más de la mitad del dinero que ganaban con su trabajo, y lo consideraban totalmente injusto, de modo que querían denunciar a su ama para que les devolviera el dinero que a ellas les pertenecía. Esto causó gran perplejidad, ya que en la CNT se declaraban abolicionistas, como por todxs es sabido. Sin embargo, cayeron en la cuenta de que lo que estas mujeres querían no era que las sacaran de la prostitución, sino que lo que reclamaban era dignidad y justicia en su trabajo. Quedó, así, constituido el Sindicato del Amor en la CNT en 1936, en varios lugares de Cataluña. Estas prostitutas, en concreto, consiguieron organizarse para echar a la ama de su lugar de trabajo y fueron ellas quienes controlaron su propio trabajo y el dinero que ganaban con él. Evidentemente, el Sindicato del Amor no fue un caso extendido por toda España. Sin embargo, esta anécdota constituye una evidencia más certera sobre las perspectivas que podían tener las propias prostitutas en aquel momento histórico. Más certera, incluso, que cualquier construcción teórica de cualquier anarquista, ya que se trata de la propia experiencia de las trabajadoras sexuales.

Como anarquistas, nos urge generar nuestros discursos y estrategias propias, las cuales deben entrar en una confrontación directa con las medidas y posturas autoritarias, represivas y explotadoras que adoptan los estados.

Yo, personalmente, en última instancia me podría considerar abolicionista de la prostitución, como lo soy de cualquier forma de trabajo asalariado. Imagino que, otrxs anarquistas, en última instancia, también lo son. Por eso que mi horizonte es la destrucción del trabajo asalariado y la construcción de una sociedad sin clases y que funcione según el comunismo libertario, milito en un sindicato anarquista. Sin embargo, pese a que mi horizonte está bien claro, soy consciente de cuáles son las urgencias y necesidades inmediatas de la clase trabajadora actualmente, y por ello nuestra lucha busca, entre otras cosas, mejorar las condiciones de la clase trabajadora y conquistas parcelas de libertad y dignidad. En este sentido, igual deberíamos considerarlo con las compañeras que se dedican al trabajo sexual. Comprenderlas, conocer sus necesidades y sus urgencias y apoyarlas en todo cuanto puedan necesitar, desde nuestras perspectivas.

De este modo, considero que negar a las trabajadoras sexuales su afiliación a sindicatos anarquistas como la CNT-AIT no solo constituye una falta absoluta de solidaridad y apoyo mutuo, la cual es uno de nuestros principios básicos como anarcosindicalistas, sino que también lo considero una forma totalmente inútil, tanto como las medidas que toman los gobiernos, de enfrentarse al problema. Además, es una estrategia que ningún favor hace a las trabajadoras sexuales y muchísimo al Estado. Las putas no son policías, ni militares, ni autoridades religiosas, ni cuerpos represores del Estado, como para que se les niegue así su presencia en una organización anarcosindicalista. Además, en el caso de que se siga sin considerar la prostitución un trabajo, no solo forman parte de la CNT-AIT “trabajadores” como tal, sino que también se afilian estudiantes, paradxs y jubiladxs. ¿Por qué tal discriminación hacia ellas? Por otro lado, la clase trabajadora es heterogénea y no solo forman parte de ella las personas que tienen un “trabajo”, dado que este estado es muy fluctuante y no siempre se esta “trabajando”. De la clase trabajadora forman parte aquellxs que, trabajando o no, son despojadxs de los recursos y medios esenciales para la vida y relegadxs a una situación servil ante el Estado, el capital y el patriarcado.

En cuanto a la idea de crear “liberatorios de prostitución” en los sindicatos, al estilo de Mujeres Libres, me parece que ésta es una medida que debe implantarse tan solo si se percibe la necesidad de tales organismos. En este momento las demandas de las trabajadoras sexuales no son que se las ayude a salir de la prostitución, sino que se les reconozca su condición de trabajadoras y, por tanto, sus derechos a una forma digna de trabajar o, simplemente, que las fuerzas del Estado las dejen en paz. De hecho, actualmente, cuando una trabajadora sexual quiere salir de la prostitución, son las propias putas las que la ayudan, con ayuda de alguna asociación, como CATS, en el caso de Murcia. Solo las putas salvan a las putas. Nosotrxs no somos salvadorxs de nadie y tampoco quiénes para decidir qué deben hacer, cómo, o qué es mejor para ellas.

No se me malinterprete, no estoy «a favor» de la prostitución como no estoy a favor del trabajo asalariado. Dejemos las lógicas dualistas de los estados. Estoy a favor del empoderamiento y de la resistencia autónoma por parte de las que están en una situación muchísimo más vulnerable que la de cualquier otra trabajadora a la que no se le cuestiona su dignidad y por tanto su capacidad organizativa, y mucho más aun cuando se trata de trabajadoras sexuales migrantes. Pienso que los discursos actuales tan solo siguen lógicas institucionales en función del binomio prohibición-legalización, y que son discursos déspotas: todo por las putas pero sin las putas, siempre beneficiando a cualquier mandatario excepto a ellas.

Desde el anarquismo debemos buscar otros horizontes, siempre desde el apoyo mutuo, la solidaridad y la auto-organización. Negar a las putas su capacidad de organizarse en torno a aquello que, queráis o no, les da el pan, es precisamente lo contrario al apoyo mutuo.

Si algo tenemos que abolir es el estado, el capitalismo y el patriarcado, las estructuras enteras que han hecho de nuestros cuerpos terrenos de explotación en todos los sentidos, con todas sus relaciones mercantiles y mercantilizadas y el trabajo asalariado en general. Solo así desaparecerá la opresión de los cuerpos y, por ende, la prostitución. Buscar la abolición de la prostitución sin buscar la destrucción del actual orden de las cosas es lo mismo que los discursos de las izquierdas de «poner la vida en el centro» sin subvertir nada.

Sé que me dejo cuestiones en el tintero pero, en resumen, no pienso negar a ningunx oprimidx su capacidad para organizarse, defenderse y resistir, desobedeciendo al orden establecido y construyendo nuevas formas de relacionarnos. Todo lo contrario: lo aliento.